Alegría porque Andrea ha sido capaz de ver que algo muy importante en su vida le ha faltado, y amargo, muy amargo, porque eso mismo le ha provocado dolor.
Hace quince días murió el abuelo de Andrea, Francisco. Cuando vino del cole se lo expliqué, pero no noté ninguna reacción especial. Yo la esperaba, porque su abuelo era muy especial para ella, siempre estaba pendiente de ella, por supuesto que en la familia todos están pendientes, pero con el abuelo tenía otra conexión. Cuando llegamos a su casa, el abuelo acerca el carro a su sofá, y está a su lado todo el tiempo que estamos en su casa. Si llega la hora de la merienda o la cena, Andrea mira al abuelo, lo llama a su manera, y el abuelo ya sabe lo que quiere la niña, entonces cuando el abuelo dice que la niña quiere comer, Andrea se rie. Ella pendiente siempre de él, y él de ella.
Ese lunes por la noche, Andrea despertó a la una de la madrugada llorando, pero como más tarde se puso enferma vomitando, pensamos que lloraba porque no se encontraba bien.
El martes no la llevamos al funeral, porque yo estaba segura que no entendería esa situación, pensé que podía echar de menos al abuelo, pero no entender esa ceremonia, y como no sabía cual sería su reacción, la dejamos en casa.
Y llegó el sábado y fuimos a casa de los abuelos. Yo temía ese momento, pero no sucedió nada. Había mucha gente, todos los tíos y primos de Andrea, unas veinte personas, y con tal jaleo, no se dio cuenta de nada.
Pero este sábado ha sido diferente. Llegamos a casa de los abuelos, y nos sentamos en el comedor como siempre, esta vez estaba sola la abuela. Andrea empezó a buscar, y me miraba, hasta que reparó en una foto del abuelo que estaba encima del mueble y que antes no estaba. Me miró, miró la foto, a mí, a la foto, me acerco y le digo que el abuelo no está ya con nosotros, y se puso a llorar. Ahora sí que lo entendió. Me causó un dolor inexplicable verla llorar por su abuelo, pero la alegría de que era capaz de echarlo en falta y entender que ya no está.
Por la tarde fuimos a una misa por el abuelo, y al salir de la iglesia cuando oyó que hablábamos de él, se puso otra vez a llorar, pero mi madre le dijo que el abuelo había subido al cielo, y había ido a buscar a su otro abuelo, y después de conocerse, ahora estaban los dos juntos viéndola desde allí y cuidando de ella.
Andrea sonrió.